Los juegos de palabras como palíndromos, anagramas, jitanjáforas y refranes son formas verbales que los pueblos y épocas han construido casi espontáneamente: poesía popular, pero también con un marcado rasgo estilístico que los vuelve formas de arte en su propia categoría. El caso de los palíndromos es interesante porque se trata de palabras o frases que pueden leerse igual de izquierda a derecha y viceversa. La palabra indica este mismo movimiento, pues proviene del griego “palin dromein”, volver atrás.
En la tradición española existen muchos palíndromos conocidos, como aquel proverbial en que el abad da de comer a la zorra, “Dábale arroz a la zorra el abad”, o el de la niña que lava y lava: “Anita lava la tina”. El escritor José de la Colina ha recogido algunos otros ejemplos de palíndromos literarios que van de lo culto a lo procaz (y de regreso), como “Atonal trazó Mozart la nota” de Rubén Bonifaz Nuño o “Átale, demoníaco Caín, o me delata” de Julio Cortázar.
Aunque pudiera parecer que el palíndromo es un juego erudito, también hay casos de escritores contemporáneos que han desarrollado verdaderos juegos de filigrana a partir del palíndromo, como los del poeta y matemático Pedro Poitevin, autor de Eco da eco de doce a doce:
A él, amor. Goza la sed: ¡sálala!
Salada, la sed es ala suma.
La hora perpetra, veleidosa, caro mal.
Ásela del ala, hálale, dale sal, amor.
¿Acaso —di— elevarte preparo?
Hala, musa. La sed es alada.
La sal —¡alas de salaz ogro— malea.
En este rubro también destacan los de la artista Merlina Acevedo:
Seria soledad, allá, casi
raro, nos nieva a los solos.
Sola ave insonora, risa
callada de los aires.
M. C. Escher
Los palíndromos no son sólo una curiosidad gráfica o literaria, sino que históricamente también han sido una forma de memorizar sentencias edificantes (como ayudas de memoria) o simplemente un juego cercano al grafiti. En numerosas iglesias europeas se puede leer este palíndromo atribuido al emperador León VI sobre las pilas bautismales: Νίψον ανομήματα, μη μόναν όψιν (Ni[ps]on anomemata me monan o[ps]in, “Lavad vuestros pecados, no sólo vuestra cara”).
La simetría los hace llamativos en sí mismos, y aunque el sentido muchas veces sea difícil de comprender en una lógica estricta, el goce de los juegos de palabras no recae completamente en el mensaje del texto sino en la forma. La estudiosa Rebecca Benefiel ha estudiado los palíndromos de Pompeya. En un artículo, Benefiel describe cómo “el disfrute de los juegos de palabras y acrobacias mentales irradiaba profundamente a través de la sociedad antigua… Los grafitis de Pompeya son testigos, pues, de una activa cultura de lectura y escritura, no solamente con el propósito de comunicar sino también por simple entretenimiento”.
Pedro Ribeiro Simões
Hay palíndromos de mago, de virtuoso, de poeta, y hasta de algún ser angélico o diabólico que acapara las tres excelencias. Van aquí ocho estupendas muestras:
“Are cada Venus su nevada cera” (de Juan José Arreola).
“Atonal trazó Mozart la nota” (de Rubén Bonifaz Nuño).
“Si no da Amor alas, sal a Roma, Adonis” (de Carlos Illescas).
“Átale, demoníaco Caín, o me delata” (de Julio Cortázar).
“¡Río, sé saeta! Sal, Sartre, el leer tras las ateas es oír” (de Enrique Alatorre).
“Leí, puta, tu piel” (de Darío Lancini).
“Somos laicos, Adán, nada social somos” (de Miguel González Avelar).
“Sé mamón… o no mames” (de Carlos Marín).
En 1974 y en la revista mexicana Vuelta, dirigida por Octavio Paz, el poeta Gerardo Deniz publicó el siguiente palíndromo dialogado entre un romano y un malayo en plan de confidencia erótica (y hacia el final con una réplica en francés que significa “yo voy a mi boda”):
“—Allá, con amor se adobará.
—Ríome: ¡con amasia, vejete!
—Voy a podar elote. Hoy ya será toda mía.
—¿Toda? Ni Max…
—Esa hetaira me va a… remar.
—O sea…
—¡Yo voy a la moda, sí!
—¿Vas a Hanoi?
—Carolina ya me ama. Dime sólo, ¿no será mala, calamar?
—Eso no lo sé. Mi dama Ema ya ni lo raciona.
—¿Has avisado?
—Malayo, voy a eso.
—¡Ramera!
—¡Ave María! ¿Te has examinado?
—¡Taimadota, res!
—Ay, yo he tolerado, payo, vete.
—Je vais a ma noce, moi.
—Rara boda es…
—Romano, ¡calla!”
—Ríome: ¡con amasia, vejete!
—Voy a podar elote. Hoy ya será toda mía.
—¿Toda? Ni Max…
—Esa hetaira me va a… remar.
—O sea…
—¡Yo voy a la moda, sí!
—¿Vas a Hanoi?
—Carolina ya me ama. Dime sólo, ¿no será mala, calamar?
—Eso no lo sé. Mi dama Ema ya ni lo raciona.
—¿Has avisado?
—Malayo, voy a eso.
—¡Ramera!
—¡Ave María! ¿Te has examinado?
—¡Taimadota, res!
—Ay, yo he tolerado, payo, vete.
—Je vais a ma noce, moi.
—Rara boda es…
—Romano, ¡calla!”
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